viernes, 20 de noviembre de 2009

CARRETERA Y MANTA

Así sin querer vamos a ir inaugurando Noviembre con esta entrada, que a las alturas de mes que estamos ya lo va pidiendo.
Hemos dejado Coruña hace 10 días y de vuelta estamos aquí. Me temo que inmersos en esta "diáspora" vamos a tener que acostumbrarnos a convivir con eso de la fantasía-realidad. Si al llegar a nuestra ciudad, Londres sonaba a chino, ahora de vuelta en ésta, pareciera que con aquella tan sólo hubiéramos soñado. De nuevo en la rutina del cambio otra vez, la que imprime el no estar ni en tu ciudad, ni en tu casa, ni en el trabajo que ansías.....la rutina de lo temporal a la que llegas a acostumbrarte. Todo un contrasentido!
Las ganas de abrazar eran muchas allá por el 3 de noviembre, martes, cuando a las 4am nos pusimos en pie. Tren, metro, bus y una hostia en toda la cara cuando en el aeropuerto de Standsted Ryanair nos cobra 80 libras por imprimirnos las tarjetas de embarque, un detalle sin importancia que obvié hacer en su día y que en ese momento me empujó a acabar de despertar. Más "ligeros de equipaje" tomamos el vuelo. Mar duerme y yo cargo con la revista de turno que siempre me acompaña pero nunca ojeo porque me sigue encantando contemplar el mundo hecho maqueta desde la ventanilla de un avión.
Nos aguarda en la escalerilla un día lluvioso de invierno, de los de siempre en Santiago, mucho más frío de lo que esperábamos viniendo de más arriba.....y el olor del campo. Porque soy capaz de reconocer ese olor siempre que viajo...porque cada ciudad huele a algo diferente. La Habana al olor a gasolina que desprende un zippo al encenderlo; Barcelona a algo similar al olor que desprendió el vertedero de Bens al irse a pique; Londres huele a una mezcla de producto de limpieza industrial y a un Subway con sus fritos y sus especias, Palma de Mallorca a Nivea de bote azul.....Lo dicho, Santiago olía a humedad y bosta.
El reencuentro con la familia, con las calles que parece nunca dejaste y con Duna, a la que después de un tiempo fuera veo siempre más pequeña, se suceden. Y ahí está esa sensación, la de no haber marchado nunca.
Sería muy largo comentar cada uno de los días con todos sus encuentros y emociones así que atajaré diciendo que han sido 5 días y medio realmente intensos en los que hemos quedado incluso para desayunar para intentar abarcar -y apretar- lo máximo posible. Gestiones, compras y sobremesas, largas sobremesas con familia y amigos. Nos ha emocionado confirmar que los Amigos no entienden de tiempo y espacio y que las ganas de compartir fueron siempre recíprocas. Hemos vuelto enchidos de atenciones y cariño, tras llegar a mesa puesta todos estos días. Queremos enviaros un abrazo desde aquí a todos los que lo habéis brindado. Os queremos!
Parecíamos los Montoya cuando el lunes 9 arrancábamos desde O Burgo a las 7 en punto de la mañana. Tres bolsas de ropa, 2 cajas surtidas de delicatessen da terra, PC, altavoces, equipaje de Duna, Duna, comida para el camino....y algo que se me queda seguro. La despedida de la familia pasada por agua, como el tiempo que nos acompañó todos estos días.
Durante el primer día de viaje cruzamos todo el norte de España y nos adentramos en Francia para hacer noche en Burdeos. Viaje tranquilo con tres horas de paradas programadas y 9 horas de trayecto con unas condiciones metereológicas bastante adversas, sobre todo a la altura del País Vasco donde encontramos incluso agua nieve. Al entrar en Francia, sin embargo, sol y ni una nube en el cielo. El segundo día comprendía atravesar Francia de Sur a Norte durante unas 9 horas que se hicieron en un abrir y cerrar de ojos. Son verdad todas las bondades que cuentan de las carreteras y autopistas de este país y encima, lo espectacular de los parajes. Francia es un país verde que parece que siegan a diario y en medio de las amplias exlanadas de hierba, oasis de árboles de todos los colores con su pueblecito dentro, y su castillito, y sus vaquitas...un espectáculo. Viaje tranquilo y que guardaré en mi memoria.
Llegados a Boulogne y tras hacer noche, el tercer día nos encaminamos a las 8 de la mañana al puerto para tomar el ferry y poner a prueba el primero de los momentos peliagudos que esperábamos tener: Duna y la aduana. Y abofé que foi!
Una encantadora mujer del puesto de control de mascotas del puerto, sin quererlo, y llena de buena voluntad, nos metió en un fregado considerable. Empecinada en consultar únicamente el pasaporte europeo de Duna halló en él un par de fechas que no le cruadaban, razón suficiente para impedirnos el paso y cambiarnos, así por lo de pronto, el billete para tomar el ferry de la tarde. De vuelta en un hotel que habíamos despedido para no volver a ver, llamamos al veterinario de Duna, éste llamó a DEFRA en Londres, nos devuelve la llamada y queda en enviarnos un fax de "vía libre" a una recepción de hotel que, increíblemente, estaba cerrada en el momento más inoportuno. Oséase, alta tensión! Las palabras del veterinario definen muy bien la magnitud del momento: "si en Francia ya encontramos problemas, entonces en UK apaga y vámonos". Con los pelos como escarpias, decidimos volver a la aduana 2 horas antes de lo previsto para volver a hablar con la bendita mujer y contarle todas las gestiones realizadas, incluso con J (el veterinario) al otro lado del teléfono. No muy convencida, nos remite a su manager que debe dar el visto bueno. Ahí nos véis, con la sonrisa congelada. Finalmente revisan la documentación y voilá, las fechas casan y yo casi me mareo......Sirva decir que por primera vez validé mis años de escuela de idiomas, cambiando del francés al inglés, del inglés al francés. Total, fue una estupidez en toda regla que nos obligó a tomar el barco más tarde, y más preocupados por tener que llegar conduciendo a Londres de noche en nuestra primera vez.
Una vez pasado el primero de los controles, pasamos a un segundo de la gendarmería en el que Bennie Hill hecho poli nos arranca una sonrisa que rompe el hielo. Contrastando los pasaportes me dice cachondo que Martín sí es él pero que yo ni de coña, que ese pasaporte debe ser falso, que a ver cómo me las arreglo con los british, que son de aúpa. A escasos 50 metros, el tercero de los controles, esta vez el de la policía británica que manipula ambos pasaportes hasta con monóculo en busca de las ocultas marcas de agua. Vía libre aquí también. Un cuarto control nos espera, esta vez para revisón de carga. Nos preguntan únicamente si llevamos tabaco. No nos hacen sacar nada del coche. Por fin llegamos a la terminal de carga a la espera de tomar el ferry. Tenemos un viaje por delante en barco, y mucha incertidumbre encima sobre cómo nos irá con Duna ante los temibles y conocidos controles ingleses.
(Nota del autor: Si a estas alturas de la lectura continuais todavía con vida, levantaos un poco y estirad las piernas, vuestra circulación lo agradecerá)
Del viaje en barco nada que resaltar. Aunque el día estaba nublado y orballaba, el mar estaba como un plato. Nos llamó la atención el escaso pasaje pues debíamos de viajar unas 40 personas en total....fletar un barco de esas dimensiones para tan pocos viajeros resultará rentable? Espero que sí porque pienso volver..... Hora y medio de trayecto tardamos en cruzar el Canal de la Mancha.
Llegamos a Dover con noche cerrada y lluvia. Y tan pronto como llegamos, la abandonamos, porque no, nada ocurrió. Ni un sólo control. Ni bajarnos del coche. Ni mostrar el equipaje. Ni Duna. Ni nada. Hello and bye!....y nosotros tan, tan sorprendidos que cuando nos dimos cuenta estábamos ya metidos de lleno en la carretera y con Duna toda chulita en tierras inglesas. Un año de preparación de vacunas y papeleo para esto? si ni siquiera nos han parado!!.
El trayecto de Dover a Londres se hace en algo más de una hora. Yo todavía no lo he probado pero Martín se ha sentido muy cómodo desde el principio. Las carreteras y las indicaciones son más que correctas, por algo este viaje quedará en nuestra memoria como el viaje tranquilo, salvo por una rotonda en Lugo sin indicación alguna.
Y así, todos orgullosos de nosotros mismos llegamos a Cadogan Road pasadas las 7 de la tarde del miércoles 11 de noviembre y cuando aparcamos nuestro cochecito en el párking y cojimos a Duna, oye, nos invadió una paz, y una alegría, y un desplome.....que aún no nos hemos recuperado.
Londres es más bonita si cabe con Duna aquí y todavía más "nuestra" si podemos conducirla.
Empieza para nosotros una segunda etapa de esta aventura con muchos planes en la cabeza, mucha ilusión en el corazón y kilo y medio de chicharrones, entre otros, en la nevera....se puede pedir más?
En el próximo capítulo: Duna y Bentley, Regreso al Biscuit, Londres by car y otros.